miércoles, 25 de julio de 2012

Chrisler, Cathedral, Gran Central Station y Diamond district.

Así es, por fin visité el Chrisler. Me atrevo a decir de es casi mi edificio favorito en la Gran Manzana, porque tanto de día como de noche, refulge como ninguno, pese a ser más bajo que sus compañeros. Cuando hay sol, reflecta sus rayos por todos lados; cuando el cielo esta gris, destaca por su color acero; y de noche tiene una estupenda iluminación, planteada en vertical.
Así que pese a que el Chrisler carece de mirador, está permitido visitar su Hall con el mural de techo más grande del mundo, (30m x 30m). Todo está recubierto de una estupenda madera de nogal, y cada detalle cuenta, cuando de ese edificio se trata: todo el hall tiene los triángulos característicos de la construcción, y tiene ampliaciones al detalle, las ocho gárgolas a modo de adorno de capó de los coches Crhisler. Ahora el edificio está lleno de oficinas en su mayoría, y se pueden observar ejecutivos atareados entrando y saliendo del edificio.




Una vez hubimos salido de el rascacielos, tomer mi primer starbucks de Nueva York. Cuesta creer que haya tardado tanto en probarlo. Me supo a mi Starbucks habitual, allí en la calle de la Paz.

Otra de las visitas del día fue la Gran Central Terminal. Cuando salimos del metro en la 42, no tardé mucho en darme cuenta que esa parada no era como las demás. Esta bien: en cualquier tramo de metro de la calle 42, en el Subway, hay tiendas y entramados complicadísimos de metro, pero aquella era diferente.
Y es que pronto el azulejo sucio y desgastado de la típica estación de metro, dejó paso a un azulejo blanco impoluto. También hubo un cambio sustancial en las tiendas. Ya no había en cada esquina una tienda vendiendo pizza, ni hamburguesas, ni kioscos con agua a 2$. Todo eso, en la parada "42st, Gran Central", dio paso a tiendas groumet muy exclusivas, tiendas de ropa muy caras, y un lugar en particular que me encantó: un tienda de regalos... ¡Sin regalos! Sólo para envolverlos.
Tenían cientos de tarjetas de felicitación de mil colores, papeles de regalo de texturas imposibles, y decenas de cintas de colores para envolver regalos de diseño, dignos del Distrito de la Moda.
En Nueva York, puedes tener lo que quieras, siempre que lo puedas pagar.






Cuando salimos de la tienda, empezamos a buscar la salida hacia la calle, para entrar en la Gran Central Terminal, pero... con todo la gente por allí, y los azulejos blancos por todos lados... ¿Sería posible llegar a la terminal sin salir a la calle? ¿No era, al fin y al cabo, una estación de trenes?
Con la sospecha en el cuerpo, empecé a dejar de seguir los carteles de salida, y empecé a mirar a dónde daba cada bifurcación de los pasillos. Un murmullo ejecutivo me dio la pista a seguir, y en efecto, cuando menos lo esperé, apareció tras un recodo un cielo azul fantasía que me indicaba sin saber cómo, que había llegado a la Gran Central Station, así conocida en Nueva York. Eso de "Terminal", les suena horrible.
La gran ventaja de estar viviendo en NY, durante un mes, es que me puedo permitir escoger los días de visita a los sitios. Así, visitamos cada cosa en su mejor momento, planeándolo todo bien. Vimos la misa Gospel un domingo, cuando los servicios son más espectaculares; visitamos las grandes zonas de ocio de Central Park, los fines de semana cuando están a rebosar de americanos, pero sin embargo, las zonas más tranquilas de pasear, como el zoo y demás, intentamos ir entre semana para no chocar con los turistas; los barrios más multitudinarios los vemos bien pronto por la mañana, para poder sacar fotos sin que salga más gente de la adecuada; y la GCT... no hay mejor día que ir entre semana, un martes, para ver el típico ir y venir de los ejecutivos. Es cierto que había turistas, como en todos lados en NY, pero no era una cosa masiva, y pudimos estar tranquilamente apoyadas en la barandilla un buen rato, viendo a la gente con sus maletas de aquí para allá. La estación conecta como muy lejos, con Connecticut, así que suele ser gente de negocios la que utiliza la terminal. Aquí tenéis unas cuantas fotos:



Fijaos en el contraste que supone salir de la explanada central, y callejear por la terminal. En cualquier pasillo te encuentras una puerta que da a un destartalado metro Newyorkino, haciendo parecer aún más lujoso el interior de la terminal.


Cómo agradable sorpresa en la excursión a la GCT, tengo que mencionar el gigantesco Genius Bar que ocupaba toda la planta superior. Para los que no le suene, un Genius bar es un espacio de Apple que tiene acceso gratuito a TODOS los dispositivos apple conectados a internet, con sillas y todo. En torno a estos bares, hay hombrecillos con una camiseta azul, que te resuelven dudas, o te enseñas a utilizar el sistema operativo. Es una excelente iniciativa que apple ha tenido: una estación de trenes/ metros, es el lugar perfecto para tener acceso a internet desde cualquier dispositivo apple. De este modo, la gente que tiene que hacer escala en la GCT, sube a la planta superior y se acostumbra poco a poco, y cada día, al entorno mac. ¡Había incluso mesas con clases grupales!




Lamentablemente no saqué fotos de la enorme extensión del Genius bar donde habría como más de 300 dispositivos apple y unas 200 personas con la camiseta azul y la manzanita para ayudar a resolver dudas, pero no temáis: lo tengo todo grabado en video. 
Estuvimos un rato curioseando por el Genius bar, y después bajamos a seguir mirando las tiendas bajo la estación, dirigiéndonos por intuición en la dirección del Chrysler del que ya os he hablado antes. Nada más salir de GCT, nos encontrábamos en la puerta del rascacielos.


Tras visitarlo, y con mi Frapuccino en la mano, nos dirigimos hacia el Diamond District, en la 47th con la 5ª. El entorno empezaba a notarse encarecido por la cantidad de tiendas con cosas geniales, y por nuestras ganas de comprarlo todo, pero cuando llegamos a la 47th, esta exclusividad se hizo aún más patente.





Las mujeres que habían en las tiendas, mientras nosotras mirábamos escaparates, nos señalaban carteles de 90% de descuento, invitándonos a entrar. No obstante, después de ver un anillo de 400.000 $, decidimos que aquellas tiendas no eran para nosotras, y nos fuimos soñando con alguna de aquellas piezas. Personalmente me sentí bastante exclusiva paseando por aquella zona,en especial cuando por "error", me colé por la puerta lateral de uno de esos hoteles de 5 estrellas con botones en la puerta.

Salí disimulando de allí, preguntándome cuánto costaría dormir entre tanto lujo, y odiando un poco a esas personas que se lo podían permitir. Tras visitar esa zona, odié España un poquito más.

Tras eso, aún nos quedaban un par de horas, hasta empezar el cole, así que volamos hacia la Catedral:

Estaba en reformas, y no pudimos ver bien la fachada. De todas maneras, yo miraba con más ansia el Rockefeller center, que estaba enfrente, anhelando la visita al complejo. Por suerte, tenía un aliciente: el órgano de 7000 tubos de la iglesia de San Patricio.


Esos fueron los únicos tubos que pude ver, y fue gracias al flash de mi cámara. Tras la visita a la Catedral... amé un poco más España.