sábado, 21 de julio de 2012

El 7º día en Nueva York

El jueves teníamos un dilema: estábamos cansadas, pero no queríamos dejar de hacer cosas, así que dedicamos la mañana a uno de los muchos parques que hay en Nueva York. Nuestro plan era pasear por el Riverside Drive Park hasta cerca de las 12 en dirección sur, y poco antes de que empezara la clase, coger una "gua gua" hasta la escuela.  No obstante, la cosa salió ligeramente diferente.
Para llegar a Riverside Drive Park nos bastó coger un autobús en nuestra misma calle que nos llevara todo al oeste posible, siguiendo la calle que limita Central Park al norte, la 110.
Caminamos un par de manzanas por las calles del "norte" Upper West Side. Encontré esto, y me pareció interesante sacar una foto, para que vierais los precios:
3 pepinos, 2$; 5$ el medio kilo de sandía...

Cuando bajamos al parque ya nos quedamos sin aliento. No hay que olvidar que con todo el tiempo de que disponemos en Nueva York, tenemos tiempo de sobra para visitar las atracciones turísticas, y las que no lo son tanto. Y esas que no lo son tanto, preferimos visitarlas entre semana, cuando están bien cargadas del espíritu Newyorkino. Por eso nos encantó Riverside Drive Park: nadie había sacando fotos; sólo estaba lleno de gente que simplemente hacía un día de Jueves normal, probablemente evitando un poco el abarrotado Central Park. El ambiente fue estupendo durante todo el paseo y nos encontramos con agradables sorpresas a cada paso.
Yo, alimentando a una ardilla.

Otra ardilla, esta alimentándose sola de unos frutos muy comunes por allí.


Uno de los muchos bancos dedicados de la ciudad, conmigo encima.

Un típico partido de beísbol.
Cuando más estábamos disfrutando del paseo, se nos hizo la hora de coger el autobús hacia el cole, pero cuando salimos del parque estábamos relativamente cerca de la escuela, y como aún quedaba un poco de tiempo, caminamos unas manzanas por el siempre agradable Upper.


En llegar a la escuela, nos dan la agradable noticia de que han podido cambiarnos el horario. El lunes siguiente nos cambiarán al horario de 6 p.m. a 10 p.m., ¡perfecto!
Echaré de menos a John, pero nos ha dicho de llevarnos a su parte favorita de la ciudad y a comer la verdadera pizza newyorkina. Dice que la pizza de España no vale nada, pero que le fascina la tortilla de patatas! Igualmente, estará cuando dé clases por la tarde, aunque no en mi nivel, pero me podré despedir de él más adelante. Es lo que más pena me da de cambiarme de horario. ¡Nos está enseñando a hablar como NewYorkinos auténticos!

Al salir de clase, decidimos terminar de ver el museo de Historia, que se nos quedó pendiente el día anterior. Esta vez no pagamos nada por entrar. Me gustó mucho la exposición de los dinosaurios.



Fuimos, una vez cerró el museo a comprar leche y cereales a la calle 34. Ya os he hablado de nuestra épica compra de cereales, fue este día, el jueves. 
Cuando salimos ya era tarde, así que decidimos comprar allí cerca unos trozos de pizza, que se anunciaban en promoción y que desde fuera olían estupendamente. Yo tenía curiosidad por probarla  porque justo Jhon nos había hablado de las pizzas de allí, y... realmente no exageraba. Aquella que comí fue la mejor pizza del MUNDO QUE JAMÁS HAYA PROBADO. Espectacular. Unos trozos enormes que me han alimentado hasta hoy, sábado.

Comparad atentamente el tamaño del vaso de medio litro con las porciones de pizza. ¿Habrá algo que los newyorkinos hagan mal?



Museo de historia Natural

Salimos muy contentas por la mañana con dirección al museo de historia natural. Hubiera sido mejor hacer algo en el exterior porque hacía una mañana genial sin apenas calor. Pero nos aparecía mucho ir al museo, y así hicimos. La entrada era un donativo sugerido como de 15$ para los estudiantes. Nosotras pagamos 5$, y entramos en el museo. Resultó muy decepcionante ver que las explicaciones eran sólo en inglés, y que no eran muy comprensibles para mi porque tenían muchos términos complicados. No había ni un texto en español, ni en ningún idioma diferente del inglés, y eso resultó incómodo. Al menos al principio, porque estoy acostumbrada a leer cada una de las explicaciones de esos sitios. Tras acercarme a varios rótulos, y no poder comprender del todo ninguno, decidí centrarme en disfrutar del museo de otra manera, y fue posible. Nada complicado, debido a lo bien planteado que está. Es fascinante, sin duda alguna. Han invertido ahí una gran cantidad de dinero.








Estuvimos cerca de tres horas en el museo y sólo acertamos a ver dos plantas de cuatro. La parte de cultura la vimos someramente, y nos detuvimos en las partes más elaboradas y con menos texto. Nos supo fatal tener que irnos a clase, con el museo a mitad de verlo. Eso trajo a nuestra cabeza el problema del horario de las clases. Y con esto fuimos a la escuela, donde justo al entrar una mujer mucho más amable que la del día anterior nos propuso una perfecta solución: nos habló de un horario de 6 de la tarde a 10 de la noche, de lunes a jueves. Y además, como tenemos que hacer 20 horas semanales, y eso suman 16, nos dejó escoger entre hacer las cuatro horas restantes en sábado o domingo. El horario nos parece perfecto, totalmente. No obstante tenía que confirmar qué iba a pasar, y si tenían hueco para Judit en los niveles inferiores, que están muy muy llenos. Así que cruzando los dedos salimos dispuestas a terminar de ver el museo de Historia Natural.
¿Recordáis que dije que por la mañana se estaba muy bien en la calle? Debimos suponer que el bajón de temperaturas supondría un prematuro Diluvio Universal.

 La tormenta acojonó a mi buena compañera de viaje, que acostumbrada al tostado sol Canario, creyó realmente que se acababa el mundo. Su cara lo decía todo: jamás había visto llover así. Para los residentes en Valencia os diré que la  tormenta fue como la típica de verano, con gotas enormes. La única diferencia es que no parecía que fuera a escampar. Realmente no lo hizo hasta pasadas las diez de la noche. No obstante, retomando la historia, imaginadnos recién salidas de clase frente al percal que presentaba en Broadway. Por suerte, mi buen cuñado Sento, contribuyó a mi viaje con un práctico paraguas de viaje, que estaba en perfecto estado. Judit tuvo que conformarse con meter en el bolso uno que estaba por nuestra habitación, que también parecía estar en perfecto estado. Insisto, PARECÍA. 
Cuando se abrió aquello, y dos varillas saltaron alegres de entre los pliegues del artilugio, decidimos dejar, -entre risas-, el resto del museo de historia natural para otro momento. Pero eso no significaba volver a casa en ese momento preciso. Había justo en la esquina contigua un típico dinner americano, parecido al Tick Tock Dinner de nuestro primer día, sólo que más caro. No obstante, dadas las circunstancias, nos pareció un momento perfecto para entrar y probar las míticas tartas americanas:

5$ bien invertidos en mi tarta de fresa. Deliciosa, igual que la de chocolate. Atención en la siguiente foto el tamaño del "cake". Debo decir, que pese al precio del Dinner, el servicio era sustancialmente mejor que en el Tick Tock. Debe ser porque el Tick Tock estaba llenísimo, y los camareros iban con prisa. De igual manera, vayas donde vayas en Nueva York, el trato va a ser infinitamente mejor que en España, y el resto de países que he visitado. 

Resultó de lo más agradable tomar tarta allí, mientras la lluvia caía fuera. Tras tomarla tranquilamente, una hora más tarde decidimos volver a casa, intentando llegar lo menos mojadas posible. Tarea que no tuvo resultado positivo:

Estábamos empapadas, y nos dio pena llegar tan pronto a casa, pero allí estaba Prinston, despierto todavía, y jugando por la casa, cosa que no suele ocurrir cuando llegamos por la tarde. Se quedó con nosotras un buen rato, hasta su cena, mientras yo le enseñaba las fotos del viaje, y palabras en español, y él a mi palabras en inglés. ¡Lo pasamos muy bien! (Nótese en la foto las manos a lo Spiderman.)